Laboratorio en plena urbe mexicana produce unas 300 botellas de 600 ml por día
09:42 a.m. 15/01/2013
México. AFP. La lluvia ácida que cae en
Ciudad de México , una de las más contaminadas del mundo, es
transmutada en un agua pura cargada de “amor, gratitud y respeto”,
gracias a una alquimia que, en plena urbe cosmopolita, mezcla
naturaleza, ciencia, misticismo y rentabilidad.
“La intención es la forma esencial
de la energía, y el agua su conductor universal”: ese es el principio en
que se funda la pequeña pero acogedora Casa del Agua, un proyecto 100%
mexicano que busca llevar el vital líquido del cielo a la mesa, a través
de un sofisticado proceso de purificación y armonización.
La
idea surgió "como un proyecto que por supuesto debía ser rentable
(...) pero también mucho más que un negocio. Algo que fuera parte de una
renovación, de mandar mensajes positivos", explica su fundador, Bosco
Quinzaños, un joven financiero.
Hace
poco más de un año reunió a otros ocho socios mexicanos con
especialidades tan diversas como arquitectura, marketing y ciencia para
montar su proyecto, que asegura no tiene competencia en el país y conoce
una creciente clientela.
"íVengan
a conocer nuestra fábrica!", dice el encargado, Juan Manuel Márquez, a
los transeúntes visiblemente intrigados por este pintoresco laboratorio
ubicado en un barrio chic de Ciudad de México , donde los altos
índices de contaminación del aire hacen que la lluvia sea mucho más
ácida de lo normal.
Un jardín en
el techo del edificio capta el agua proveniente de las nubes que luego
es almacenada en dos contenedores. "En una hora de lluvia captamos 5.000
litros de agua", dice Márquez entre árboles frutales, sobre los que se
posan abejas y mariposas.
Cuando
no llueve, se riegan las plantas del jardín con agua del grifo para que
"la tierra detenga algunas de las partículas suspendidas" que contiene,
añade el sonriente encargado, que asegura que el 80% del líquido que
procesa proviene de la lluvia.
Además
de ser un "filtro gigante", este jardín es visitado a diario por
personas que viven o trabajan en la zona. Una mujer lee bajo un parasol,
mientras un oficinista come su almuerzo entre matas de lavanda y
romero.
El agua captada es
propulsada por una máquina hacia una serie de filtros: uno que detiene
las basuras, y otro de carbón activado que extrae las partículas más
pequeñas y elimina los olores y sabores.
El
caudal sigue su curso por un sistema de tuberías para alcanzar dos
grandes destiladoras que calientan el agua hasta convertirla en vapor, y
luego la condensan para regresarla al estado líquido. La vital
sustancia sale de ahí totalmente purificada pero incompleta, pues ha
perdido sus minerales.
Entonces,
es oxigenada al deslizarse por un tobogán en espiral; ionizada al
entrar en contacto con imanes cargados positiva y negativamente, y
mineralizada al pasar por un recipiente con piedras de río, algunas de
las cuales contienen plata pura para garantizar el adecuado nivel
alcalino.
En las piedras de río
por las que pasa el vital líquido están talladas las palabras "amor",
"respeto" y "gratitud". Según Márquez, "el agua absorbe estos mensajes"
antes de pasar a unas esferas de cristal cerca de las cuales se toca
constantemente música clásica, otro medio "armonizador".
En
los 1990, el autor japonés Masaru Emoto creó controversia cuando
aseguró que al exponer el agua a un entorno, sonidos, palabras o
pensamientos positivos, se obtienen cristales de hielo hermosos y
simétricos, mientas que si el líquido es "maltratado" con ruido o
pensamientos negativos, los cristales son deformes.
Aunque
la comunidad científica rechaza esto, Masaru Emoto ha vendido millones
de copias de varios libros, entre ellos "Water Knows the Answer" (El
agua sabe la respuesta, 2001), en los que muestra fotos de los
microscópicos cristales y explica su teoría sobre cómo "armonizar" el
agua.
"Para nosotros, el agua
está viva", se impregna de la energía que la rodea, y luego la transmite
a quien la bebe, dice un Márquez convencido, mientras de fondo se
escucha "Para Elisa" de Beethoven.
"Pues
así como lo plantean sí tiene lógica, pero también hay que pensar que
todo esta acá", dice señalando su cabeza Sonia Hernández, una ama de
casa que visita el lugar. "Uno tiene que creer" para que funcione,
opina.
Detrás del aparador
circular que exhibe los productos de la casa, cuatro empleados con
guantes y tapabocas esterilizan sofisticadas botellas de vidrio
decoradas con elegantes dibujos, que luego llenan con el agua purificada
y armonizada que sale de gigantescas pipetas.
Cada
día se producen unas 300 botellas de 600 ml, que son vendidas a 40
pesos (unos $3), en un país donde el salario mínimo es de unos 60 pesos
por jornada ($4,7). El 75% del valor del producto corresponde sólo a la
botella, que es retornable.
"En
Casa del Agua no hacemos cantidades industriales, hacemos poca,
artesanal", dice Márquez, quien asegura que ha analizado el agua de
otras marcas en las que encontró igual o más cantidad de partículas
suspendidas que en la proveniente del grifo.
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