- La experiencia de desarrollo de Panamá nos brinda importantes lecciones
- No se trata de imitar, sino de reconocer, al comparar, nuestras debilidades
Costa Rica es, a escala regional, un país con importantes ventajas competitivas, índices sociales sustancialmente avanzados, institucionalidad sólida y, sobre todo, un extraordinario potencial de desarrollo. Pero también padecemos agudas debilidades y rezagos, que se hacen más evidentes al compararnos con países vecinos que están avanzando de forma rápida y sólida en ámbitos donde nosotros seguimos patinando y hasta retrocediendo en términos relativos. Por esto es importante y revelador observar el desempeño de otros y ver cómo podemos aprender de ellos.
Tal fue el propósito de un informe especial, que publicamos entre el domingo 24 y el martes 26, en el que nuestro periodista Juan Fernando Lara analizó una serie de decisiones y estrategias seguidas por Panamá durante los últimos años, que le han permitido actuar con mucha más agilidad, visión y coherencia que Costa Rica en ámbitos claves para avanzar. Entre ellos están la simplicidad de trámites para desarrollar negocios, la agilidad del sector público para la toma y ejecución de decisiones, el reflejo de estas en el planeamiento y ejecución de una serie de obras de infraestructura de gran envergadura, y las alianzas público-privadas para emprender con rapidez varias de ellas.
Panamá, ciertamente, no es el mejor ejemplo a seguir en muchos ámbitos. Por ejemplo, la corrupción está mucho más extendida que en nuestro país; el Poder Judicial es particularmente débil; las diferencias sociales y regionales son muy agudas; la falta de transparencia es crónica en el ejercicio de la política; su pobreza duplica la nuestra; su sector empresarial está mucho menos abierto y preparado para la competencia; las regulaciones del Estado son en extremo débiles, y los niveles educativos y de capacitación, aunque han venido mejorando, todavía mantiene un claro rezago respecto a los de Costa Rica.
Sin embargo, nuestro vecino ha sido capaz de actuar como un “jugador” de Primer Mundo en proyectos viales, portuarios y aeroportuarios de gran envergadura, que ahora incluyen la ampliación del Canal; en la administración eficiente de esa ruta, y en la rapidez de acción de las instituciones gubernamentales.
Por ejemplo, hace meses que el Congreso panameño aprobó el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Costa Rica, mientras el nuestro apenas lo votó el jueves en primer debate, y el TLC con Estados Unidos solo le llevó 22 días ratificarlo, aun cuando luego quedó paralizado en Washington.
No se trata, entonces, de emular a Panamá en sus vicios o problemas, o de debilitar s avances institucionales de nuestro país en aras de “agilizar” procesos a costa del Estado de derecho. De lo que se trata es de comprender, al compararnos pragmáticamente con el vecino, una serie de grandes trabas y nudos que padecemos y que, en su mayor parte, se refieren a problemas de funcionamiento del Estado, sobre todo para la agilidad en las decisiones y su ejecución.
Si en Costa Rica lográramos tener instituciones públicas más ágiles y, a la vez, transparentes, un proceso legislativo más expedito, mayor capacidad de negociación política, un régimen de empleo público realmente moderno, presupuestos menos atados a compromisos preestablecidos y mecanismos de control centrados en los resultados, no en los trámites, estaríamos en capacidad de dar un gran salto hacia el crecimiento. Las ventajas que hemos construido durante tantas décadas nos dotan de unas bases que muy pocos países latinoamericanos tienen.
Precisamente por nuestra solidez en muchos campos, hemos mantenido un proceso de desarrollo más dinámico e integrador que el promedio latinoamericano, a pesar de las cargas y rémoras que aún padecemos. Si las superáramos, la velocidad sería extraordinaria. Comprender esta realidad, no imitar otras, es el gran valor de las comparaciones.
Editorial, Periódico La Nación (Costa Rica). Sábado 30 de agosto, 2008.
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