Seamos claros: la única carta de presentación que tiene Johnny Araya es haber gobernado el cantón de San José por casi un cuarto de siglo. No se le conocen mayores credenciales profesionales o académicas para aspirar a la presidencia de la República. De ahí que basta echarle un simple vistazo a nuestra capital para determinar la clase de gobernante que puede ser para todo el país. La imagen es deprimente. Tenemos una capital sucia, congestionada y donde cada vez menos personas quieren vivir.
La Nación señala cómo en San José prima el caos: es una ciudad tomada por un número creciente de indigentes y vendedores ambulantes. El tráfico es espeluznante. Araya se dedicó en sus más de dos décadas como alcalde simplemente a construir bulevares ―algunos de ellos todo un fiasco económico como el Barrio Chino― o a ofrecer pan y circo con festivales como el de la Luz. San José es una ciudad fea, al punto que cuando amigos extranjeros quieren visitar Costa Rica uno por lo general les recomienda no pasar más de un día en la capital. Esto es un gran contraste con otras capitales y urbes latinoamericanas donde uno puede ver que tienen o en su momento tuvieron alcaldes competentes como Bogotá, Lima, Medellín y Guayaquil.
Araya no puede justificarse diciendo que le faltó tiempo para cumplir sus metas. Fue alcalde por nada menos que 22 años. De hecho Araya ya estaba al frente de la Municipalidad de San José cuando nacieron los costarricenses que votarán por primera vez en las próximas elecciones. Peor aún, del reportaje de La Nación se deduce un estilo de gobernar caracterizado por la desidia, la arbitrariedad y la mitomanía: una auditoría de la Municipalidad indicó que Araya solo cumplió un 27% de lo que propuso entre 2007-2011, no entregó informes de labores a tiempo y cuando lo hizo eran incompletos, afirma desconocer temas tan básicos como la caída en el aseo de vías y parques en los últimos años y según él dejó las calles libres de vendedores ambulantes.
¿Qué pasa si Araya llega a ser presidente? Desconocemos por completo qué pretende hacer si llega a Zapote. ¿Cuál es su propuesta para solucionar el déficit fiscal de más del 6% del PIB que encontrará el próximo año? ¿Qué plantea para enfrentar el inminente colapso de las pensiones de la CCSS? ¿Cuál es su visión sobre la eventual incorporación de Costa Rica a la Alianza del Pacífico y los retos que eso presenta en materia comercial? ¿Qué cambios cree pertinentes hacer a la política monetaria? ¿Cómo hará frente a los constantes conflictos limítrofes con Nicaragua? ¿Qué rol cree conveniente que tenga la Iglesia Católica con el Estado? ¿Favorece el Estado laico? ¿Apoyará sin tapujos el proyecto de sociedades de convivencia? ¿Qué opina del debate que se está dando en América Latina sobre el fracaso de la guerra contra las drogas y la búsqueda de alternativas a esta? Hasta el momento lo único que tenemos por parte de Araya a todas estas interrogantes es una página en blanco.
Pero la cosa no termina ahí. Luego del desgaste propio de 8 años consecutivos en el gobierno, los cuadros más tecnocráticos y con más exposición internacional del PLN han sufrido un marcado desgaste de imagen que probablemente los aparte del próximo gobierno. De tal forma, la eventual administración Araya estaría conformada por cuadros más municipalistas y con una visión más parroquial del acontecer nacional e internacional. Veremos en el próximo gabinete a luminarias como Luis Gerardo Villanueva, Fabio Molina, Rolando González, Rafael Arias y a su hermano Luis Carlos Araya. Y ya sabemos para dónde van los diputados del PASE que le acaban de dar su adhesión. No necesariamente the best and the brightest.
Si la carrera política de Laura Chinchilla antes de ser electa presidenta era una oda a la mediocridad, la de Johnny Araya es una oda a la ineptitud. Parace mentira, pero no es una exageración pensar que dentro de 4 años volvamos a ver atrás y veamos con añoranza al actual gobierno. Estamos más que avisados.
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