Luis J. Sanz
Luis.Sanz@incae.edu
Mucho se discute en la literatura si lo importante son las ideas o el equipo emprendedor; pero lo que no se cuestiona es que las inversiones individuales de capital de riesgo tienen una alta probabilidad de fallar. Como me dijo una vez un capitalista de riesgo amigo mío (y debo decir que un optimista): “De cada cinco inversiones uno puede esperar que dos sean exitosas, una tenga un resultado decente, una tenga un resultado regular y la última sea un fracaso completo”. Por esta razón, tanto capitalistas de riesgo como inversionistas ángeles tienden a invertir en portafolios. Analicemos entonces el siguiente ejemplo.
Supongamos que nuestro capitalista de riesgo busca un retorno mínimo equivalente al 25% anual en su portafolio (la evidencia empírica, si bien controversial, sugiere que los capitalistas de riesgo obtienen rentabilidades superiores al 30% anual en dólares). Invierte la misma cantidad en cinco empresas, cada una con una probabilidad de éxito similar a la mencionada en el párrafo anterior, por un período de cinco años. Es decir, que requiere una rentabilidad acumulada del portafolio para los cinco años de aproximadamente 205%.
Debido a estas realidades, al invertir en un emprendimiento el capital de riesgo tiene claras dos cosas: existe una alta probabilidad de que pierda su inversión y crecer lo más pronto posible es necesario para crear valor en las inversiones exitosas. Por tanto, el capitalista de riesgo, ante una alta probabilidad de perder su inversión, se concentra en evitarla, haciendo todo lo posible para que el emprendimiento sea exitoso. Mientras tanto, el emprendedor tiene mucho que ganar y poco que perder, situación que lo lleva a perseguir estrategias más agresivas. De tal forma que ambas partes están alineadas a favor de estrategias de alto riesgo con una alta recompensa potencial.
El problema surge cuando el emprendimiento progresa lo suficiente como para que la situación del emprendedor cambie, pero no la del inversionista. Es perfectamente posible que el emprendimiento se desarrolle de forma que sea lo suficientemente rentable como para ser sostenible, pero sin generar todavía la rentabilidad requerida por los inversionistas. En un escenario como este el emprendedor puede sentirse satisfecho. Y aunque no se oponga a un mayor crecimiento, sí puede que su miedo a la pérdida de lo que ha conseguido con tanto esfuerzo lo lleve a preferir estrategias de crecimiento más conservadoras. De esta manera se crea el contexto propicio para un conflicto entre emprendedor e inversionista sobre el futuro del emprendimiento.
Al reconocer que el contexto también puede influir en el (des)alineamiento de intereses entre emprendedores e inversionistas, es claro que la solución no pasa solamente por saber escoger al emprendedor correcto. Aun el emprendedor más arriesgado se comporta más conservadoramente si el emprendimiento alcanza un cierto nivel mínimo. Por tanto, es importante que los inversionistas se aseguren que el emprendedor nunca se sienta satisfecho con la realidad del emprendimiento. Si es necesario, deberán manipular la situación de forma tal que liberen el espíritu emprendedor en todo su potencial.
Sobre Luis J. Sanz
Ph.D., decano asociado de incae Business School, consultor en finanzas, gobierno corporativo y empresas familiares. Su investigación ha sido publicada en libros, revistas académicas y de divulgación en América Latina, Estados Unidos y Europa, recibiendo premios internacionales.
Luis.Sanz@incae.edu
Mucho se discute en la literatura si lo importante son las ideas o el equipo emprendedor; pero lo que no se cuestiona es que las inversiones individuales de capital de riesgo tienen una alta probabilidad de fallar. Como me dijo una vez un capitalista de riesgo amigo mío (y debo decir que un optimista): “De cada cinco inversiones uno puede esperar que dos sean exitosas, una tenga un resultado decente, una tenga un resultado regular y la última sea un fracaso completo”. Por esta razón, tanto capitalistas de riesgo como inversionistas ángeles tienden a invertir en portafolios. Analicemos entonces el siguiente ejemplo.
Supongamos que nuestro capitalista de riesgo busca un retorno mínimo equivalente al 25% anual en su portafolio (la evidencia empírica, si bien controversial, sugiere que los capitalistas de riesgo obtienen rentabilidades superiores al 30% anual en dólares). Invierte la misma cantidad en cinco empresas, cada una con una probabilidad de éxito similar a la mencionada en el párrafo anterior, por un período de cinco años. Es decir, que requiere una rentabilidad acumulada del portafolio para los cinco años de aproximadamente 205%.
En la inversión que fracasa el retorno acumulado es probablemente cercano al -100%. En la regular solo recobra lo invertido, lo que le da un retorno acumulado de 0%. Si tomamos por decente un retorno del 10% anual, esta inversión proporcionaría un retorno acumulado de aproximadamente 61%.Entonces, ¿cuánto necesitaría ser el retorno acumulado de las dos inversiones restantes para obtener el retorno promedio deseado? La respuesta puede parecer asombrosa: aproximadamente 533% acumulado en cinco años para cada una, o casi 45% por año.
Debido a estas realidades, al invertir en un emprendimiento el capital de riesgo tiene claras dos cosas: existe una alta probabilidad de que pierda su inversión y crecer lo más pronto posible es necesario para crear valor en las inversiones exitosas. Por tanto, el capitalista de riesgo, ante una alta probabilidad de perder su inversión, se concentra en evitarla, haciendo todo lo posible para que el emprendimiento sea exitoso. Mientras tanto, el emprendedor tiene mucho que ganar y poco que perder, situación que lo lleva a perseguir estrategias más agresivas. De tal forma que ambas partes están alineadas a favor de estrategias de alto riesgo con una alta recompensa potencial.
El problema surge cuando el emprendimiento progresa lo suficiente como para que la situación del emprendedor cambie, pero no la del inversionista. Es perfectamente posible que el emprendimiento se desarrolle de forma que sea lo suficientemente rentable como para ser sostenible, pero sin generar todavía la rentabilidad requerida por los inversionistas. En un escenario como este el emprendedor puede sentirse satisfecho. Y aunque no se oponga a un mayor crecimiento, sí puede que su miedo a la pérdida de lo que ha conseguido con tanto esfuerzo lo lleve a preferir estrategias de crecimiento más conservadoras. De esta manera se crea el contexto propicio para un conflicto entre emprendedor e inversionista sobre el futuro del emprendimiento.
Al reconocer que el contexto también puede influir en el (des)alineamiento de intereses entre emprendedores e inversionistas, es claro que la solución no pasa solamente por saber escoger al emprendedor correcto. Aun el emprendedor más arriesgado se comporta más conservadoramente si el emprendimiento alcanza un cierto nivel mínimo. Por tanto, es importante que los inversionistas se aseguren que el emprendedor nunca se sienta satisfecho con la realidad del emprendimiento. Si es necesario, deberán manipular la situación de forma tal que liberen el espíritu emprendedor en todo su potencial.
Sobre Luis J. Sanz
Ph.D., decano asociado de incae Business School, consultor en finanzas, gobierno corporativo y empresas familiares. Su investigación ha sido publicada en libros, revistas académicas y de divulgación en América Latina, Estados Unidos y Europa, recibiendo premios internacionales.
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