El surgimiento del ‘tigre azteca’: un cambio de dirección en México
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Fuente: La Prensa (Honduras)
Lunes, 29 de Abril de 2013 12:00
Según el Proyecto sobre Migración Mexicana, la tasa de emigración indocumentada a Estados Unidos se acerca a cero.Hace dos décadas, uno de los principales críticos sociales de México proclamó a Los Ángeles como “el corazón del sueño mexicano”. Pedro P. estuvo de acuerdo y dejó atrás su Oaxaca natal para trabajar como jardinero en el Valle de San Fernando de esa ciudad. Sin embargo, tras 14 años como inmigrante indocumentado, Pedro, de 44 años, regresará a casa a fines de abril, atraído por un resurgimiento económico al sur de la frontera que ha llevado a algunos observadores a calificar a México como el “Tigre Azteca”.
Pedro no es el único. Según el Proyecto sobre Migración Mexicana, la tasa de emigración indocumentada a Estados Unidos se acerca a cero. En 1999, alcanzó un máximo de alrededor de 55 de cada 1.000 mexicanos; en 2010, la cifra había disminuido a 9 de cada 1.000, una tasa que no se observaba desde los años 60.
Cuando el presidente Barack Obama visite esta semana al nuevo presidente de México, encontrará un país muy diferente al de la imagen habitual en EE.UU. Incluso con su sangrienta guerra contra las drogas, la economía de México creció 4% en 2012 y se espera que llegue a tasas de hasta 7% anual en los próximos años. En 2012, los inversionistas extranjeros inyectaron US$57.000 millones en bonos y acciones mexicanas, cinco veces lo que invirtieron en Brasil. Grandes fabricantes como Bombardier y General Electric están ampliando sus instalaciones en México y creando empleos altamente remunerados, para aprovechar la gran cantidad de ingenieros y profesionales que tiene el país.
La actividad fabril está incluso regresando desde China, hacia donde comenzó a emigrar en los años 90, alrededor de la época en que aumentaba la inmigración mexicana en EE.UU. El sueldo por hora en México es de US$2,10, comparado con US$1,63 en China. Si se agregan los menores costos del transporte hacia el gran mercado al norte y el creciente mercado interno de México, el atractivo económico es claro.
Lo que es más sorprendente es que la creciente percepción de un repunte en México se basa no sólo en las perspectivas económicas, sino también en una mayor confianza en el gobierno mexicano, especialmente en momentos en que los líderes electos en países más desarrollados parecen no saber cómo lidiar con los problemas a largo plazo.
Como la mayoría de los mexicanos en su país, los que trabajan en el extranjero desde hace mucho ven con recelo a los políticos en México, en especial a aquellos pertenecientes al Partido Revolucionario Institucional, el tristemente corrupto partido autocrático que gobernó el país durante 71 años antes de su transición democrática hace 12 años. Ahora el PRI está de vuelta, esta vez a través de elecciones justas, y su carismático nuevo líder, el presidente Enrique Peña Nieto, ha prometido llevar a México a una nueva etapa como una sociedad de clase media plenamente globalizada.
En la ceremonia de asunción que se celebró en diciembre pasado en Ciudad de México, Peña Nieto se enfrentó a los monopolistas más poderosos del país, Carlos Slim Helú y Emilio Azcárraga Jean, y prometió disolver sus imperios de telecomunicaciones y televisión. Ante un fuerte aplauso, el mandatario prometió reformar el sindicato de docentes que, increíblemente, por mucho tiempo ha tenido el poder de contratar maestros e incluso traspasar plazas hereditarias. Asimismo, se comprometió a “abrir” Pemex, el monopolio estatal de petróleo que ha sido el centro de la ideología nacionalista de México desde los años 30.
La audiencia en su discurso inaugural quedó sorprendida por el alcance y lo específico del programa del nuevo presidente, y el hecho de que apuntaba abiertamente a los pilares históricos de poder del PRI. El día después de la toma de posesión, rompió con el rencor partidista de la campaña presidencial, en la cual el PRI venció con sólo 38% de los votos, al anunciar un pacto con otros grandes partidos que acordaron apoyar su lista de reformas.
Con seis meses en el gobierno, Peña Nieto ha comenzado a cumplir. La presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo —conocida por su vestuario y accesorios lujosos— fue arrestada por malversación de fondos. Se han promulgado leyes para facultar al gobierno a dividir los monopolios de las telecomunicaciones y la televisión. Los planes de abrir Pemex están progresando y una legislación es inminente.
El éxito de Peña Nieto no está asegurado. Erradicar la corrupción y establecer un sistema judicial completamente funcional serán desafíos enormes. No obstante, a diferencia de muchos otros líderes nacionales, Peña Nieto está abordando en la práctica la crisis central de nuestros tiempos: cómo gobernar eficazmente democracias modernas que por su naturaleza generan discordia y desacuerdos.
La fortaleza de las autocracias unipartidistas como el viejo PRI —o el mandarinato moderno de China— es su unidad de propósito y su capacidad para implementar cambios estructurales en el largo plazo. En contraste, las democracias occidentales de hoy en día están paralizadas, incapaces de formar un consenso en la cacofonía de voces y múltiples intereses.
El truco para México, y para otros países, será equilibrar esta impresionante capacidad institucional con transparencia y supervisión pública. Una gobernanza eficaz es algo bueno, pero no a costa de la rendición de cuentas democrática.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa una vez llamó a México bajo el viejo PRI “la dictadura perfecta”. Tenía las características externas de una democracia —elecciones periódicas y transferencia de poder cada seis años — pero era gobernado con mano de hierro y corrupción. Bajo Peña Nieto, México tiene la oportunidad de perfeccionar su democracia y de servir como modelo para el mundo.
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