Crónica de viaje hasta Costa Rica
Centroamérica:un campo minado para camioneros ticos
Dos hombres con machetes largos custodiaban los camiones en el lado hondureño de la frontera con Nicaragua.
Imagenes/Fotos
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Estábamos en el puesto fronterizo El Guasaule. Unos chiquillos ofrecían limpiar los rines
(aros) de camiones, otros pedían un banano para desayunar y otros
merodeaban calculando a cuál camión le robarían las luces. Siempre lo
hacen.
Un hombre vestido como de soldado se bajaba de
un tráiler con un fusil en la mano y una mochililla de cordón. Era un
custodio privado de los que ofrecen sus servicios en las fronteras
centroamericanas con la naturalidad de quien vende frutas.
Eran
las 7:30 de la mañana, pero gracias a los documentos correctos y a unos
cuantos dólares para agilizar, cuatro horas después llegó el tramitador
a decir “todo listo”.
Los camiones blancos
Freightliner podían continuar su ruta hasta Costa Rica, destino final de
su recorrido desde Houston, Estados Unidos, por México y
Centroamérica.
En uno de esos camiones venía este periodista de La Nación para contar de primera mano los peligros y las congojas que hacen de esta ruta un campo minado.
Es
un campo minado, plagado de trampas por la delincuencia y la
corrupción, donde la posibilidad de salir bien librado depende de la
pericia y, por supuesto, de la suerte.
Las medidas de
seguridad y el azar pueden proteger a los camioneros, pero todos saben
que su camino está salpicado con la inseguridad que hace de
Centroamérica una zona riesgosa, en especial Guatemala, El Salvador y
Honduras, el llamado Triángulo Norte.
El número de
camioneros que transitan por Centroamérica es difuso, pero se sabe que
más de 600 entran o salen a diario de Costa Rica.
Todos
ven la escena de guachimanes armados con machetes o de custodios
privados con armas largas como piernas desde la frontera de Tecún Umán,
norte de Guatemala. Por ahí entramos al Istmo.
Zetas en Guatemala
Ese
viernes, los periódicos guatemaltecos informaban de familias de
Huehuetenango que fueron amenazadas de muerte por los Zetas, uno de los
grupos criminales mexicanos nacidos del narco.
Ellos están en Centroamérica; hacen en la zona rural lo que los grupos
de delincuentes pandilleros hacen en las ciudades. Ganaderos y
transportistas se protegen, entonces, como pueden.
Hay
“guardaespaldas” que van en el cajón de camionetas enseñando dos
revólveres sin funda. Lo vimos en Chiquimulilla, en el departamento de
Santa Rosa, justo un día después de que un transportistas murió baleado
por asaltantes.
Él manejaba de noche y al parecer no quiso “cooperar” con los asaltantes. Esto nos lo contó Churrusco,
el tramitador de la frontera La Hachadura (Guatemala-El Salvador)
cuando llamó para advertir del peligro. “No se les ocurra venir de
noche”, dijo por teléfono apenas pusimos pies en Centroamérica.
Por
eso, un grupo de seis transportistas salvadoreños cruzó Guatemala
“protegido” por uno de esos custodios que se ofrecían saliendo de la
frontera de Tecún Umán. “No sé si supieron, pero ayer... ya sabes”, dijo
Vladimir, uno de ellos, haciendo con su mano el gesto de quien dispara.
A los 10 kilómetros una valla enorme da el saludo con una frase del nuevo presidente, Otto Pérez Molina: “Urge mano dura”.
Para
ello, los militares patrullan en las calles, pero no es suficiente.
Casi todos los tráileres llevan sistemas de ubicación satelital y es
amplia la oferta de custodios. Saliendo de la aduana norte guatemalteca
hay guardias a los lados de la calle.
Algunas empresas cobran hasta $1.000 si el servicio incluye una patrulla con dos guardaespaldas de refuerzo “por si hay vergueo”, dijo uno de ellos al bajar de un Kenworth en el límite con El Salvador.
Goteo de dólares
Eran
casi las 11 a. m. cuando tocamos esa frontera. La expectativa era
tardar tres o cuatro horas y seguir camino al sur para cruzar campo
salvadoreño el mismo día. Los imprevistos, sin embargo, son lo único que
es seguro en esta ruta.
La revisión obligatoria de
la carga se atrasó ocho horas hasta que el funcionario aduanal dejó de
ver los videos musicales en la televisión y caminó 50 metros hasta donde
estaban parqueados los camiones.
Tardó cinco minutos
en “revisar” la mercadería (repuestos y vehículos usados). Pudimos
haber traído armas o dólares sin problemas. Después dijo, casi gritando,
que quedara claro que no estaba recibiendo dinero por esto, que ponía
el sello sin recibir ni un cinco.
A su alrededor,
seis camioneros hondureños lo rodeaban con dólares arrollados en mano
para rogarle que les “revisara” los camiones, pero él se negó sin
explicaciones. Ni siquiera les contestó.
Tuvieron
que pasar la noche en la frontera. Nosotros también, pero solo porque
los choferes no estaban dispuestos a violar la regla sagrada de evitar
las noches en carretera abierta. La oscuridad es total, salvo por las
linternas que usan como señal los vendedores de combustible robado a la
orilla del camino.
En El Salvador no había “peajes”
policiales. Todos quedaron para Honduras, con cinco de ellos en solo
cuatro horas de camino por su carretera despedazada. A cada uno de
ellos, un billete de 50 lempiras ($2,5) o de 100. “Así es, así se van
más rapidito”, dijo el policía de apellido Vallecillo en Choluteca.
Así llegamos a El Guasaule, en el día 11 de viaje desde Houston. La
última escena del Triángulo Norte era la de los cuidadores con machetes y
los custodios con fusiles, esperando que la tramitadora repartiera
entre funcionarios $50, los mismos que se deja ella.
Así,
los camiones entran a las buenas carreteras de Nicaragua, donde
conducir de noche tampoco es una rareza para los transportistas. Lo raro
es salvarse de un “peaje” policial.
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