Montserrat Sagot R.
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En las últimas semanas salió a la luz pública el
dramático caso de una niña de ocho años embarazada en un barrio del sur
de la capital. Asimismo, según reporta el Ebáis de San Sebastián, solo
en ese distrito hay más de 30 niñas menores de diez años, que también
están embarazadas, así como casi 600 adolescentes en el mismo estado.
Por su parte, el Fondo de Población de Naciones Unidas denunció
recientemente que Costa Rica ha sido incapaz de revertir los embarazos
en adolescentes en los últimos 15 años.
Estas
situaciones deberían causar estupor nacional, ya que la mayoría de estas
niñas y adolescentes han sido víctimas del incesto, de violaciones, de
abusos sexuales repetidos –lo que explicaría que niñas de ocho años
empiecen a ovular de forma tan temprana y que queden embarazadas– o de
la explotación sexual comercial. Es decir, según está demostrado por
investigaciones de Naciones Unidas, más del 85% de los responsables de
los embarazos en menores de 15 años son hombres adultos.
Que niñas y adolescentes de tan corta edad queden embarazadas no solo
conlleva grandes riesgos físicos y psicológicos para ellas, sino que
también constata el fracaso de la institucionalidad social y de
protección a la niñez del país. Evidentemente, no hay red de cuido para
estas niñas.
Cosificación.
Asimismo, esta situación denota la presencia de un grupo importante de
hombres cuya identidad masculina y la construcción de su sexualidad
dependen de la cosificación y sometimiento de los cuerpos de niñas y
adolescentes a su voluntad y deseos. ¡Papi es papi! En esta lógica
subyace, incluso, el principio comercial de que lo nuevo es mejor, así
como un deseo por evitar la “ansiedad del desempeño,” como lo dicen los
psicólogos José Manuel Salas y Álvaro Campos en sus estudios sobre
explotación sexual comercial.
Por otra parte, las
consecuencias del abuso sexual y de los embarazos en niñas y
adolescentes son también devastadoras. Aquí se inicia una cadena de
violaciones a sus derechos humanos, que traerá como resultado una
calidad de vida muy deteriorada. Además, ellas se convertirán en madres
con hijas e hijos aún menos saludables, menos educados y con
oportunidades todavía más reducidas que la generación anterior, por lo
que el ciclo de la desigualdad y de la exclusión se repetirá y se
profundizará.
En este contexto, en los últimos días
ha circulado un anuncio de una marca de vehículos en el que una empresa y
su grupo de “creativos”, en un dechado de cinismo, indiferencia y
misoginia, piensan que es muy divertido hacer publicidad con el lema:
“El que llega primero, se levanta más güilas”. A esto se le suma el
comercial de una reconocida marca de cerveza que, en los días previos a
un encuentro de fútbol entre Costa Rica y Honduras, hizo mofa de la
posible violación de los hondureños con una botella de 24 cm.
Repertorio para vender.
No sé si las personas que desarrollan estos anuncios pertenecen a la
misma agencia de publicidad, pero lo que sí parece es que forman parte
de la misma escuela: aquella en la que el abuso sexual de niñas y
adolescentes, la exaltación de la masculinidad depredadora y la
violación son parte del repertorio divertido para vender productos.
Algunas personas podrían acusarme de no tener sentido del humor por no
encontrarle la gracia a estos comerciales, pero hay que entender que la
publicidad vende mucho más que productos. Por medio del uso de imágenes y
el refuerzo de ciertos valores, como la cosificación de las niñas y la
naturalización de la violencia, la publicidad produce y refuerza
universos simbólicos que tienen potenciales consecuencias reales, tales
como la construcción de una sociedad más violenta e indiferente al
sufrimiento humano.
Por eso, como
consumidores deberíamos rechazar ese tipo de propaganda degradante. Tal
vez, mostrando repudio por ideas publicitarias chabacanas, se logre que
nos traten de vender productos con mensajes más responsables.
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