Ciudad de Colón batalla en la ola de prosperidad de Panamá
Crecimiento de la economía no llega a todos los extremos del país
04:23 p.m. 28/03/2013
Panamá (New York Times News Services). En un
extremo del canal de Panamá, la capital del país brilla con nuevos
rascacielos; se está construyendo un metro, el primero en Centroamérica,
y los nuevos centros comerciales y restaurantes están llenos de
parroquianos. La ciudad se cree una mini-Dubái en el Pacífico.
A 40 millas de distancia, en el otro
extremo del canal, en la ciudad de Colón, junto al Caribe, se colapsan
edificios podridos, las aguas negras corren por los callejones, el
servicio de agua es improvisado, y los delitos y la desesperación han
lanzado a los manifestantes a las calles. Hace poco, cineastas de
Hollywood hicieron de Colón, la segunda ciudad más grande de Panamá, la
doble de Haití, el país más pobre del hemisferio.
Panamá
está en auge, con un crecimiento económico promedio de 9% en los
últimos cinco años, el más alto de Latinoamérica. Los servicios
bancarios y financieros, y las grandes obras públicas, como el metro y
la expansión del canal de miles de millones de dólares han alimentado a
la buena fortuna.
El hotel y
torre de condominios Trump de 70 pisos, el edificio más alto de
Latinoamérica, está en la capital, la Ciudad de Panamá, y su bosque de
rascacielos refleja la premura de la inversión extranjera, la
especulación inmobiliaria, los inmigrantes extranjeros ricachones y, han
dicho funcionarios estadounidenses, cierta medida de dinero del
narcotráfico.
Sin embargo, Panamá
también puede reclamar para sí algunas de las disparidades en la
riqueza más crudas de Latinoamérica, según el Banco Mundial, y la
persistente pobreza en Colón, a una hora en coche de los símbolos de la
riqueza en la Ciudad de Panamá, sigue siendo un ejemplo flagrante y
enconado, que enciende fricciones en esta ciudad.
Colón,
ubicada entre un puerto con mucha actividad y una elegante terminal de
buques para cruceros, es una ciudad hacinada y cacofónica con 220,000
habitantes, donde, en calle tras calle, hay descoloridas fachadas
coloniales y edificios de ladrillos de hormigón cuya pintura se está
descascarando y crecen yerbas en algunos de los pisos superiores
“Apenas
si hay algunos empleos aquí”, dijo Orlando Ayaza, de 29 años, quien
trabaja ocasionalmente en el muelle. “No los que tienen salario regular y
prestaciones que necesitamos aquí”. Tiene una cicatriz de dos pulgadas
en el rostro, que atribuye al garrote de un policía durante los
disturbios del año pasado.
Cuando
se le preguntó por qué no se muda a la Ciudad de Panamá, se tocó la
piel oscura del brazo. “Ven esto, y dices que eres de Colón, y te dicen:
'Para nada’”, comentó. “Creen que todos somos ladrones aquí”.
La
población de Colón es predominantemente negra, mientras que la de la
Ciudad de Panamá es más de ascendencia europea, y muchos habitantes y
analistas dicen que creen que la discriminación racial ha contribuido al
estancamiento de la primera.
Tales
disparidades se hacen cada vez más severas en economías prometedoras
como Perú, Brasil y Ecuador, dijo Ronn Pineo, un investigador sénior en
el Consejo sobre Asuntos Hemisféricos que estudia el cambio económico en
Latinoamérica.
“No ha habido
crecimiento en todas las zonas urbanas”, señaló Pineo. “Y si existe
algún tipo de división racial, es difícil que cruce la afluencia, y la
zona más pobre tiende a ser de un solo color”.
Pineo
señaló que hace poco estuvo en Colón y la encontró “verdaderamente
deprimente”. Colón solía brillar. A principios de los 1900, durante la
construcción del canal y después, floreció con teatros, clubes,
restaurantes y bulevares bellamente arreglados. Los viejos recuerdan a
visitantes distinguidos, como Albert Einstein.
Aumentaron
los inmigrantes antillanos que buscaban empleo en el canal y en las
instalaciones militares estadounidenses porque hablaban inglés. Incluso
entonces, la discriminación se daba por hecho por lo que a los
antillanos negros se les pagaba muchísimo menos – fajos de plata contra
fajos de oro, en el lenguaje vulgar de la época – que a los trabajadores
blancos.
“La exclusión racial ha
sido una carga para el desarrollo de las políticas públicas relativas a
los panameños negros en general, y los de Colón en particular”, notó
Jorge Luis Macías Fonseca, un profesor de historia en la Universidad de
Panamá en Colón.
Conforme la
Ciudad de Panamá creció y se modernizó después de la Segunda Guerra
Mundial, se desvaneció el lustre de Colón. La reducción y cierre final
de las bases militares estadounidenses con la transferencia del canal a
Panamá en 1999 aceleraron la caída en picada de Colón. Aumentaron los
delitos y la pobreza, y la clase media se mudó a los suburbios, a la
Ciudad de Panamá o al extranjero.
La
zona comercial franca de Colón, la más grande el Hemisferio Occidental,
ha servido de poco para levantar las fortunas de la ciudad.
Construcciones recientes, incluido un hotel, la modernización de un
aeropuerto y un muelle para barcos para cruceros que permite que los
visitantes hagan compras sin entrar en la sordidez, han beneficiado, en
su mayor parte, a los negocios de la zona, de tiempo atrás una fuente de
fricciones.
Surse Pierpoint, un
vicepresidente de la asociación de negocios en la zona franca, dijo que
el gobierno central recibe $100 millones en ingresos anuales de la zona
y los gasta como le place. Comentó que no sabe cuántos de los 30,000
empleados de la zona viven en Colón, pero reconoció que muchos provienen
de los suburbios y de la Ciudad de Panamá.
“Nunca
se diseñó a la zona franca para tener el destino de Colón”, dijo
Pierpoint, e indicó que se requeriría que el gobierno, los habitantes,
los empresarios y otros “pensaran en forma original” para revivir las
fortunas de la ciudad.
En octubre
pasado, hubo protestas cuando el presidente Ricardo Martinelli, un
magnate de los supermercados que ha hecho del desarrollo de los negocios
una piedra angular de su mandato, impulsó la aprobación de una ley por
la que se permite la venta de terrenos del Estado junto a la zona
franca. Los habitantes lo interpretaron a la medida como el preludio a
la expansión de la zona y a desplazarlos, y murieron varias personas en
los disturbios.
Desde entonces,
Martinelli se echó para atrás y este año comenzó un diálogo con los
habitantes de Colón, los que le presentaron una pliego petitorio de 33
puntos, incluidos vivienda nueva, empleos y acabar con las perenes
inundaciones en la ciudad, la filtración de aguas negras y la falta
crónica de agua potable. Apenas la semana pasada, se cerraron varias
escuelas dentro de la ciudad y en sus alrededores, por problemas en una
planta de tratamiento de agua. Telarañas de tubos de plástico y cables
cuelgan de los edificios, los signos de las conexiones improvisadas de
agua y electricidad.
El diálogo
llegó a un callejón sin salida en enero, dijo Edgardo Voitier, el
presidente del Frente Amplio por colón, una organización de habitantes
que ha realizado más protestas. Un importante punto de fricción, indicó,
es la negativa gubernamental a garantizar que se quedarían en Colón los
ingresos por la venta de los terrenos.
La
oficina de Martinelli no respondió a los mensajes en los que se
solicitaban comentarios. El gobierno ha argumentado que proyectos como
una nueva carretera que conecte a Panamá con Colón, la expansión del
canal, la construcción de un hospital nuevo en Colón y otras obras
públicas han reducido el desempleo y la pobreza. Este mes, el gobierno
anunció un proyecto de nueve millones de dólares para rehabilitar el
parque playero en Colón.
Voitier
rechazó esos proyectos por considerarlos sólo de empleo temporal que
harían poco por la gran cantidad de personas con trabajos informales.
Algunos
impulsores de Colón han exhibido sus esfuerzos poco sistemáticos,
cansados de esperar el rescate gubernamental. Kurt Dillon, un arquitecto
y urbanista, ha liderado una coalición para salvar y restaurar algunos
de los edificios que se están derrumbando en el centro histórico de la
ciudad, y hace poco atrajo a docenas de preservacionistas para elaborar
un plan con ayuda del Fondo Mundial para Monumentos, una organización
independiente y sin fines de lucro. “La sociedad civil tiene que hacer
las cosas aquí”, señaló.
A pesar
de los encantos de la Ciudad de Panamá, muchos habitantes no tienen
ningún interés en abandonar el lugar que es su hogar. “Si todos nos
vamos a la Ciudad de Panamá, ¿qué queda aquí?”, preguntó Alma Franklin,
de 25 años. Ha trabajado en establecimientos de comida rápida y batalla
para darles de comer a sus tres hijos, pero no tiene ninguna fe en que
la ayude el gobierno. “Este país”, dijo, “preferiría olvidarse de
Colón”.
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