EL PAPA JUAN PABLO II, EN HONDURAS
El Papa, Juan Pablo II, arribo a Honduras el 8 de marzo de 1983. Centroamérica vivía momentos de enorme estabilida política. El gobierno civil dirigido por los liberales, apenas tenía un año de función.
La lucha en El Salvador no tenia fin, en Honduras operaba un régimen represivo en el cual la Policía y las Fuerzas Armadas se involucraron en actos en contra de la ley, afectando los derechos humanos de varias personas calificadas como opositoras. Y en Nicaragua, dirigía el país el partido sandinista declarado como enemigo por parte de los Estados Unidos. El gobierno de los sandinistas era hostigado por los “contra revolucionarios” nicaragüenses, apoyados económica y militarmente por los Estados Unidos. Este gobierno usaba para entonces, el territorio nacional hondureño y a los militares nacionales para apoyar este esfuerzo militar, absolutamente irregular técnicamente e ilegal desde el ángulo del derecho internacional.
Los dirigentes civiles, se encargaban de desmentir la presencia de los contras en el país que tenían sus campamentos en el departamento del Paraiso, a la vista de todo el mundo.
Honduras tenía, como decíamos, apenas un año de gobierno civil. De modo que el gobierno que dirigía Roberto Suazo Córdova, médico rural de muy poco ejercicio profesional, era frágil y constantemente expuesto al miedo que siempre ha acompañado a los liberales cuando se trata de relacionarse con los militares. El líder de estos era Gustavo Alvares Martínez, posiblemente el más profesional que ha producido la institución; pero expuesto por su carácter especialmente, a una conducta sectaria favorable a resolver por la fuerza los problemas y las dificultades, especialmente las que tenían que ver con la política exterior. Su liderazgo era más fuerte hacia afuera, es decir hacia los liberales que con respecto a sus compañeros que lo veían con alguna suspicacia y resistencia, al grado que un poco de tiempo después, una sublevación dirigida por Said Speer y López Reyes, lo derribara del cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
La Iglesia Católica estaba dirigida por Monseñor Héctor Enrique Santos Hernández, un discreto pastor, de muy pocas palabras y poco amigo de las escenografías falsas, que vivía su mandato dedicado al servicio de la colectividad y de los mejores intereses nacionales. Había logrado superar la crisis de 1975 en que la Iglesia Católica chocado con los militares y los ganaderos en Olancho y mejorado mucho sus relaciones con los nuevos mandos castrenses que habían depuesto y sucedido a López Arellano, a Melgar y a Policarpo Paz García. Y lo más importante: gozaba del respeto de todos los hondureños, incluso los evangélicos que lo veían como un hombre intachable. La feligresía como un todo, se situó alrededor de su pastor local, para celebrar la visita del Pastor Universal, sucesor de Pedro en la conducción de la Iglesia Católica. Suazo Córdova, con mucha irresponsabilidad, sembraba la cizaña entre los liberales. Circulaba la broma que incluso había dividido a los Hermanos Mejía, un dúo musical muy popular en aquellos años. Y el mismo, aparentemente lo que trascendía en los medios de comunicación, estaba separado de su esposa, pese a su catolicismo verbal, lleno de citas, especialmente de salmos oportunamente escogidos para dirigirlos, con perversas intenciones en contra de sus adversarios.
Este era el ambiente que, en términos generales, encuentra Juan Pablo II en Honduras la mañana del 8 de marzo de 1983 cuando llega a Tegucigalpa. Las multitudes se desbordan en las calles para verle pasar, raudo y sonriente en su llamado “Papa Móvil”. Celebra una multitudinaria misa en Suyapa, le habla a las multitudes desde un balcón de la Nunciatura Apostólica y obliga a Suazo a comparecer a su presencia acompañado de su esposa doña Aida. Gustavo Alvares Martínez que un tiempo después dejara el catolicismo, se arrodilla en su presencia y finge arrepentirse de sus pecados.
El Santo Padre, predica a favor de la paz y frena, con mucho éxito, la tendencia guerrera generalizada que se estaba incubando en Centroamérica. La Iglesia Católica hondureña se vio fortalecida con esta visita, al grado que solo unos pocos evangélicos – que no eran tan influyentes como lo son ahora – levantaron sus voces mezquinas criticando la movilización popular.
Después, como siempre se impuso el silencio. Las cosas volvieron a la rutina. Los militares se insubordinaron, al año siguiente, en contra de Gustavo Alvarez Martínez mas por razones de índole personal que por motivos patrióticos y Suazo Córdova continuó en su rutina de intrigante mayor, buscando la forma de manipular la Constitución en su favor para lograr dos años adicionales de mandato; y en el ánimo de imponerle al Partido Liberal un candidato presidencial favorable, para que le cuidara la espalda cuando de hacer las cuentas públicas se tratara. En las dos cosas fracasara afortunadamente.
Muchos creyeron ver en el desenlace favorable de los acontecimientos, la fuerza de la palabra sembrada por Juan Pablo II en el interior de frágiles instituciones republicanas que pese a todo, resistieron los embates de los personalismos desbocados y la irresponsabilidad de un pequeño grupo de políticos y dirigentes burocráticos que, desde que se consumó la separación de la región de España, siempre han colocado sus intereses primero que los de la comunidad nacional. Por lo menos el Papa Juan Pablo II, evito la guerra con Nicaragua; e impidió que Suazo Córdoba nos impusiera un continuismo arbitrario y sin sentido que nos habría provocado más daños que los que nos produjera su escasa calidad de estadista al frente de problemas para los cuales no tenía la enjundia y la voluntad para enfrentar. Dos cosas por las cuales, los católicos mayoritariamente levantaron agradecidos los ojos al cielo. Dios no nos había desamparado en momentos en que parecíamos que caíamos en manos de unos cafres irresponsables y arbitrarios. (JRM)
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