Álvaro Vargas Llosa
En los dos últimos años, se puso de moda decir que Chile había
pasado de moda. El estallido estudiantil desbordó largamente el ámbito
de la educación. Parecía que la izquierda radical había logrado
contagiar a la clase media chilena el rechazo al modelo liberal. La
impopularidad del Presidente parecía anunciar que el país iniciaría el
desandar de todo lo avanzado en dos décadas.
Todo era una falacia. El modelo goza de buena salud y la sociedad respalda el sistema de libertad y responsabilidad individual.
Conversé con el presidente Piñera hace pocos días por espacio de una hora y lo encontré exultante. Las Parcas parecen sonreírle: la economía ruge como león, su popularidad recobra bríos poco a poco aunque sabe que nunca será un hombre muy querido, las iniciativas educativas han logrado separar la paja radical del trigo mesocrático aislando parcialmente a comunistas y anarquistas, y los índices de desigualdad disminuyen gracias a la creación de 700 mil puestos de trabajo en los dos últimos años mientras que el sector más vulnerable recibe ayudas solidarias insólitas en la centro derecha “desalmada”.
Quizá más significativa aún es la macro encuesta del Centro de Estudios Públicos sobre asuntos que incluyen las actitudes de los chilenos ante la riqueza. Desmiente con rotundidad que los chilenos recusen el modelo liberal. La mitad de los chilenos atribuye la subsistencia de una franja de pobreza a la falta de educación, un 37 por ciento a la “flojera y la falta de iniciativa”, y un 28 por ciento a vicios como el alcoholismo. Sólo el 28 por ciento la atribuye a razones que sugieren problemas propios del “modelo”. La mitad de los chilenos acepta que haya desigualdad si los hogares mejoran su nivel mientras que un 73 por ciento cree, en distintos grados, que debe premiarse el “esfuerzo individual” aunque genere una diferencia en los ingresos y 77 por ciento piensa, también en distintos grados, que la principal responsabilidad del sustento económico debe recaer “en las personas mismas”, “no en el Estado”.Estas actitudes no son ya de tercer mundo, sino de primero. ¡Qué digo de primer mundo! Hay países europeos donde no habría en una encuesta semejante resultados tan claros a favor del sistema liberal.
No es cierto, pues, que Piñera, un hombre intenso y que no tiene una simpatía desbordante a la manera de otros políticos, haya volcado a su país, por rechazo a él, hacia el socialismo radical.
Me dijo que mantiene la fe en que hacia el final de su mandato habrá acabado con la extrema pobreza –que ha caído bajo su gobierno de 3.7 a 2.8 por ciento–, reduciéndola a menos del 1 por ciento. “Si mantenemos el crecimiento anual de 6 por ciento”, me asegura refiriéndose al ritmo de aceleración económica de los dos últimos años, “hacia el final de esta década tendremos un per cápita de 24,000 dólares. Si Europa siguiera como hoy, nos pondríamos por encima de Grecia y Portugal.
Mientras que Brasil se desacelera y Argentina sufre una crisis, Chile y Perú son los que más crecen”.
Todo era una falacia. El modelo goza de buena salud y la sociedad respalda el sistema de libertad y responsabilidad individual.
Conversé con el presidente Piñera hace pocos días por espacio de una hora y lo encontré exultante. Las Parcas parecen sonreírle: la economía ruge como león, su popularidad recobra bríos poco a poco aunque sabe que nunca será un hombre muy querido, las iniciativas educativas han logrado separar la paja radical del trigo mesocrático aislando parcialmente a comunistas y anarquistas, y los índices de desigualdad disminuyen gracias a la creación de 700 mil puestos de trabajo en los dos últimos años mientras que el sector más vulnerable recibe ayudas solidarias insólitas en la centro derecha “desalmada”.
Quizá más significativa aún es la macro encuesta del Centro de Estudios Públicos sobre asuntos que incluyen las actitudes de los chilenos ante la riqueza. Desmiente con rotundidad que los chilenos recusen el modelo liberal. La mitad de los chilenos atribuye la subsistencia de una franja de pobreza a la falta de educación, un 37 por ciento a la “flojera y la falta de iniciativa”, y un 28 por ciento a vicios como el alcoholismo. Sólo el 28 por ciento la atribuye a razones que sugieren problemas propios del “modelo”. La mitad de los chilenos acepta que haya desigualdad si los hogares mejoran su nivel mientras que un 73 por ciento cree, en distintos grados, que debe premiarse el “esfuerzo individual” aunque genere una diferencia en los ingresos y 77 por ciento piensa, también en distintos grados, que la principal responsabilidad del sustento económico debe recaer “en las personas mismas”, “no en el Estado”.Estas actitudes no son ya de tercer mundo, sino de primero. ¡Qué digo de primer mundo! Hay países europeos donde no habría en una encuesta semejante resultados tan claros a favor del sistema liberal.
No es cierto, pues, que Piñera, un hombre intenso y que no tiene una simpatía desbordante a la manera de otros políticos, haya volcado a su país, por rechazo a él, hacia el socialismo radical.
Me dijo que mantiene la fe en que hacia el final de su mandato habrá acabado con la extrema pobreza –que ha caído bajo su gobierno de 3.7 a 2.8 por ciento–, reduciéndola a menos del 1 por ciento. “Si mantenemos el crecimiento anual de 6 por ciento”, me asegura refiriéndose al ritmo de aceleración económica de los dos últimos años, “hacia el final de esta década tendremos un per cápita de 24,000 dólares. Si Europa siguiera como hoy, nos pondríamos por encima de Grecia y Portugal.
Mientras que Brasil se desacelera y Argentina sufre una crisis, Chile y Perú son los que más crecen”.
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